A principios del mes de octubre, un equipo de científicos de
California extraerá la sangre de varios individuos jóvenes y se la
inyectará a varios ancianos con principios de alzhéimer.
La idea suena estrafalaria, y puede que a alguno le recuerde a las
películas de vampiros, pero tiene una base científica sólida y puede
ofrecer resultados muy interesantes.
La historia sobre los efectos de la sangre joven en los individuos de
más edad se remonta a los años 50, cuando el científico Clive McCay,
de la Universidad de Cornell, conectó los sistemas circulatorios de
ratones viejos y jóvenes.
Para su sorpresa, lo efectos no tardaron en notarse y los ratones más
viejos empezaron a recuperarse de algunos achaques.
¿Qué estaba sucediendo allí? No ha sido hasta hace poco cuando se han
empezado a comprender los mecanismos que intervenían en aquel curioso
experimento.
En el año 2005, Thomas Rando, de la Universidad de Stanford, descubrió
que la sangre de los ratones jóvenes aportaba nuevas células madre al
esqueleto y el hígado de los ratones viejos y que su capacidad de
regenerar los músculos se recuperaba.
El sistema, como explican en New Scientist, tenía también efectos
curiosos, como el hecho de que los ratones jóvenes que recibían sangre
vieja empeoraban y parecían envejecer prematuramente.
Los experimentos con este tipo de intercambios de sangre se han
multiplicado en los últimos años y algunos resultados se han publicado
en las más prestigiosas revistas,
Un equipo de Harvard, por ejemplo, descubrió que la sangre joven de
ratón detenía el deterioro del corazón de los más ancianos y pronto se
identificó una proteína en el plasma sanguíneo que podía estar detrás
de algunos de estos cambios.
La proteína, llamada GDF11, parece decaer con la edad y que tiene un
papel importante en la diferenciación celular.
La parte que más nos interesa a nosotros en Neurolab es la que tiene
que ver con el cerebro.
Otro equipo de científicos descubrió que si inyectaban diariamente
esta proteína GDF11 a los ratones, aumentaba el número de vasos
sanguíneos y de células madre en sus cerebros.
Y el investigador de Stanford Tony Wyss-Coray descubrió cuando ponía
sangre joven a los ratones viejos, sus funciones cognitivas mejoraban.
El asunto aquí se complicó un poco y el equipo de Wyss-Coray decidió
probar qué pasaba si inyectaban sangre humana joven en ratones viejos:
y resultó que tenía efectos parecidos. "Vimos estos asombrosos
efectos", explica el investigador. "La sangre humana tenía efectos
beneficiosos en cada órgano que hemos estudiado hasta ahora".
Después de muchas pruebas y permisos administrativos la investigación
de Wyss-Coray está en su fase final y más importante.
Se harán pruebas en humanos para comprobar qué efectos tienen estas
transfusiones de sangre joven en el cerebro de personas con una
enfermedad cerebral.
En concreto, la Escuela de Medicina de Stanford realizará
transfusiones a 30 voluntarios de edad avanzada con un grado de
alzhéimer entre moderado y medio. Y verán qué pasa.
Los investigadores creen que los efectos, de haberlos, serán
temporales y que la proteína GDF11 no es el único factor que influye
en estas mejoras.
En el escenario más optimista, que las transfusiones de sangre más
joven ayudaran a los pacientes con alzhéimer, sería difícil diseñar un
sistema que permitiera adquirir sangre a gran escala para las
terapias.
Los científicos confían en descubrir cuál es el mecanismo de actuación
de esta proteína y elaborar nuevos medicamentos a partir de ella, de
modo que se pueda suministrar a cuantos más pacientes mejor.
Pero eso, hasta que no se conozcan los resultados, es adelantarse
demasiado a los acontecimientos.
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