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lunes, 18 de febrero de 2013

Avanzan las investigaciones sobre la ansiedad


Los estudios dirigidos por el doctor Miguel Pérez de la Mora han contribuido a esclarecer algunos de los mecanismos neurobiológicos de la respuesta ansiogénica

Una mujer acude al médico porque desde hace meses se siente inquieta aparentemente sin causa alguna, está aprehensiva y vigilante del entorno; le cuesta trabajo concentrarse, le agobian la tensión en sus músculos, las palpitaciones, la sudoración y la falta de aliento. El médico le diagnostica trastorno de la ansiedad generalizada (TAG) y le da tratamiento.
En condiciones normales, la ansiedad es una emoción normal y por tanto sana pues nos permite actuar frente a situaciones sorpresivas, nuevas o amenazantes; por ejemplo, es la responsable del cosquilleo estomacal previo a una cita a ciegas o de la taquicardia cuando presenciamos un asalto. Pero la ansiedad es enfermiza si la respuesta ante el estímulo que la provoca es desproporcionada o si aparece sin razón, como ocurre con el TAG.
  ¿Qué ocurrió entonces en la mujer para que se enfermara? A pesar de que alrededor del 14% de la población mundial ha padecido algún tipo de trastorno de la ansiedad, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, aún se sabe poco acerca de las causas que desencadenan el padecimiento, incluso sobre cómo se genera la ansiedad en condiciones normales. Sin embargo, a través de la experimentación con animales de laboratorio, ya se tienen varias pistas sobre las bases biológicas y químicas de esta emoción innata.
  A este campo ha contribuido un grupo de investigación del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM dirigido por el doctor Miguel Pérez de la Mora, quien comenzó a trabajar formalmente en el campo de la ansiedad desde 2003. Sus estudios han contribuido a entender la manera en que la amígdala (una estructura cerebral llamada así por su parecido a una almendra cuando fue descrita) participa en los mecanismos químicos que modulan esta emoción.

La ansiedad, básica y compleja


Pérez de la Mora, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) explicó que luego de atravesar una serie de estructuras cerebrales, la información relevante del ambiente llega a una parte específica de la amígdala donde, después de un procesamiento local, pasa a una región vecina que implementa la respuesta, es decir, decide si habrá o no respuesta ansiosa.
  Como ocurre en cualquier parte del sistema nervioso, las estructuras que comunican con la amígdala lo hacen mediante neurotransmisores: sustancias que se liberan desde una neurona y llegan a los receptores de la neurona vecina, donde pueden activar o suprimir la actividad de esa célula. El efecto de un neurotransmisor, y por ende de la propagación de la información, depende entonces de los receptores involucrados y del arreglo de los circuitos.
  “Por ejemplo, se sabe que entre la parte de la amígdala que recibe la información relevante del entorno y la que envía la respuesta ansiogénica (la que produce la ansiedad) hay grupos de neuronas inhibitorias, llamadas islas intercaladas paracapsulares, que liberan a un neurotransmisor conocido como GABA y que forman una especie de interfase”, explicó el investigador. El principal efecto de estas células es controlar el paso de los impulsos nerviosos desde la estación de ‘entrada’ y la de ‘salida’ de la amígdala y modular así la respuesta ansiosa.

  Entre los neurotransmisores que actúan sobre la amígdala, también está la dopamina, para la cual hay dos tipos de receptores: algunas neuronas tienen el tipo D1 y otras el D2. 

El grupo de investigación liderado por Pérez de la Mora se ha dedicado a rastrear en qué regiones de la amígdala se encuentran estos receptores y cuál es el resultado de su activación. “Nosotros hemos contribuido en establecer que la dopamina tiene un papel importante en la modulación de la ansiedad dentro de la amígdala”, dijo el también director de la revista Ciencia de la AMC.
  El grupo ha encontrado que los receptores D1 se ubican en las islas intercaladas paracapsulares, mientras que los receptores D2 se concentran en la parte de la amígdala que implementa la respuesta ansiosa. Más aún, los estudios en los que se administran distintas sustancias en el cerebro de ratas de manera controlada y no dolorosa, “nos han llevado a concluir que los mecanismos en los que participa la dopamina son diferentes para modular las respuestas de ansiedad condicionada y no condicionada”, afirmó.
  La ansiedad condicionada se estudia mediante modelos de experimentación en laboratorio en los cuales el animal bajo estudio aprende a reconocer la asociación entre un estímulo inicialmente inofensivo con uno que provoca daño, como un choque eléctrico. Por el contrario, los modelos que estudian la ansiedad no condicionada se enfocan al miedo innato de los animales ante ciertas situaciones, como el miedo a las alturas.
  Así, el grupo dirigido por Pérez de la Mora ha encontrado que si los receptores D1 se bloquean, y por ende se impide actuar a la dopamina, los animales presentan efectos ansiolíticos, es decir, se tranquilizan; y, por el contrario, si se da una sustancia que potencia los efectos de la dopamina, entonces los animales se alteran. Esto sucede tanto para los modelos de ansiedad condicionada como no condicionada.

  En el receptor D2 la situación es ligeramente diferente. Si se trabaja con la ansiedad condicionada, la dopamina también produce ansiedad en estos receptores. Pero si se trata de la ansiedad innata, entonces el efecto de la dopamina sobre los receptores D2 es ansiolítico pues no hay ansiedad.  

Pérez de la Mora puntualizó que los primeros hallazgos en estas investigaciones se basaron en un solo modelo de ansiedad no condicionada, sin embargo, “ahora, esto lo hemos extendido a otros modelos para ver si este fenómeno se da en todos los modelos de ansiedad no condicionada o solamente en algunos”.
  Aún falta mucho por saber sobre la descripción fina de todos estos mecanismos, reconoció el investigador. Cuando podamos entender cómo se organiza y funciona el conjunto de circuitos que genera y modula la ansiedad, entonces se podrá identificar cuándo una parte del conjunto no funciona adecuadamente y genera una respuesta patológica; esto podría facilitar el desarrollo de nuevas estrategias terapéuticas o medicamentos para controlar la ansiedad excesiva, aseguró Pérez de la Mora.

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